20110113

Lejos del Mar

Todo salió mal. Y no es culpa de nadie, simplemente Dios se la trae desde hace ratos con nosotros. Ayer, por ejemplo, quería salir con Ana por la tarde por café y cigarros. Nada complicado, solo verla y hablar con ella: sus malditos ojos perdidos e incrustados en esa piel tan suya que existe solo para demostrarme que la vida es tan sencilla como preciosa. Solo eso. Solo sus ojos y su piel, un café y cuatro cigarros, nada más... Pero no era de eso lo que quería hablar, era del plan del fin de semana, que también tiene que ver con Ana, pero esta vez no tuvo la culpa ella como ayer. Que sin darle tantas vueltas al asunto, lo de ayer sí fue culpa de ella, no me contestó ni una de las doce llamadas al celular y me tuve que quedar en el sofá de mi cuarto leyendo a Steig Larson y su descripción infinita del ordenador. Todo porque desde el fin de semana está enojada conmigo y piensa que fue mía la culpa de que el plan no saliera.

Ana sabe que no es mi culpa. El mar estaba cerca cuando nos quedamos varados. Y, claro, sin dinero, sin llanta de repuesto, sin licencia y sin saldo, no se puede hacer nada en una carretera. Nos faltaba media hora de viaje cuando pasó. De pronto, toda la realidad nos cayó de golpe en nuestros hombros y el sol y la distancia y la irresponsabilidad y el claxon de los carros, terminó por jodernos todo el fin de semana. Claro, para el domingo ya era demasiado tarde: el carro es de mi mamá, sin contar con el lunes empieza de nuevo la universidad y no podríamos quedarnos a dormir como lo habíamos planeado en un principio para el sábado.

Es deprimente. El sol sobre el asfalto. El ceño fruncido de Ana y sus quejas junto a tu impotencia. Sus manos frías. Sus ojos incrustados en la piel y los dos preservativos burlándose dentro del cenicero del auto.