20090109

Niño A (Experimento) (Léase escuchando el CD)

El frío era insoportable. Afuera, las alfombras de nieve sobrepasaban, con creces, el nivel de las aceras y las pocas luces encendidas de la ciudad se perdían entre las constantes ventiscas que recorrían todas las calles. Ningún vehículo se movía de su lugar, las tiendas se encontraban cerradas y los únicos puestos que, desde hace tiempo, estaban funcionando, eran las licorerías. Las personas, adentro de sus casas, bebían sin excederse para mantener el calor necesario, sin que este se agotara de una vez por todas. Después de un tiempo, los digestivos para ingerir el vodka habían disminuido y las personas se conformaban con succionar, a duras penas, un limón. Todo estaba en su lugar adecuado: las calles vacía, los carros quietos, la ciudad en silencio y los ciudadanos compartiendo el calor que tanto necesitaban.

El niño se despertó con una canción de cuna que sonaba en una radio cercana. El silencio había sido la única compañía para él, su madre y las ratas de su casa, desde el mes anterior. La madre se sorprendió al escuchar esa canción tan familiar en el radio que ella creía descompuesto. Se trataba de la cortina de un noticiero radial, en el que se estaba anunciando los preparativos para la evacuación general. El silencio empezaba a disminuir, poco a poco, en toda la ciudad mientras "La antena nacional" se encargaba de convocar a todos los habitantes a una salida de emergencia, a los bunkers situados en las cordilleras más altas. La madre sacó una pequeña maleta y tomó al niño en sus brazos. Salió de la casa y vio el éxodo de personas abrigadas que se dirigían al oeste. Las horribles corrientes de viento penetraban en sus brazos y su cráneo, a la vez que se aferraba al pequeño cuerpecito que sostenía. Deseaba que, tan solo por un momento, su cuerpo dejara de sentir toda sensación humana y se limitara a seguir caminando entre la multitud. Deseaba salvar a su hijo. "Esta no soy, esto no está pasando", murmuraba intentando aliviar el frío. Sin darse cuenta, eso ya estaba sucediendo: el entumecimiento se extendía por todo su cuerpo hasta confundirse con su abrigo grueso, la piel humedecida iba perdiendo la sensibilidad de forma abrupta. De lo único que estaba segura, era de sus tres dedos en la mano izquierda que apretaban al niño.

La colina estaba cerca y debía obtener la mayor cantidad de fuerzas para sobrepasar al resto. Las cosas no serían tan amenas a medida se fuera acercando a la zona de bunkers. La multitud se aglomeraba más y el camino se tornaba más angosto. A diez metros, se encontraba una cerca de malla metálica con unas cuantas puertas adentro. La vorágine se desató y todos empezaron a luchar por su cuenta: los cuerpos chocaban unos con otros; los pequeños grupos que, hasta hace unos días, habían convivido en la confianza del alcohol, se arremolinaban para patearse en cuanto fuera posible. La madre vio como unos perdían el equilibrio, quedando soterrados en el cardumen de personas, y por más que quisiera ayudar a otros a levantarse, sabía que los peces gordos la devorarían si se detenía un momento; los diez metros se habían vuelto kilómetros y lo único sensato por hacer, era hacer su mejor intento para llevar a su hijo detrás de la malla. Intentar lo mejor que podía, eso debía bastar.

Un chorro de calor invadió su cabeza y logró llegar a la entrada. Unos hombres de abrigos blancos se encargaban de ordenar a la masa que intentaba pasar, al mismo tiempo, hacia la zona segura. La madre intentó hablar con uno de ellos, pero el ruido era insoportable y sus agotadas fuerzas no le permitían gritar lo suficiente. El hombre decidió tomar al niño en sus brazos y permitir su entrada; se fue hasta uno de los búnkers, alejándose para siempre de la madre. Revisó que ninguna extremidad estuviera desecha por los golpes de la multitud o el frío.

Adentro del búnker solo había mujeres y niños. El niño era el más joven de todos, además de ser el más saludable. Sin embargo lloraba a gritos. Toda la experiencia era demasiado para él y aún así, no había visto suficiente para la época que estaba por vivir.

Las oleadas de frío serían cada vez más frecuentes y la evacuación realizada solo confirmaban la edad próxima. Todos, dentro del campamento, tenían las de ganar; se les había permitido, de forma aleatoria, continuar viviendo todo el tiempo que sus cuerpos les permitieran. Venía la era del hielo, afirmaban algunos; los más escépticos debatían sobre las diversas posturas del cambio climático que enfrentaban, todos estaba enterados de los últimos sucesos, a excepción del niño. Él era muy joven para entender los cambios, para él nada había cambiado: desde que nació las cosas se habían mantenido de la misma forma, ahora lo único que le hacía falta era su madre. Ahora, solo quedaba esperar. A la mañana siguiente, alguna campana sonaría, anunciaría el nuevo día y una nueva era que estaba por venir. Sí, eso era lo único que quedaba por esperar: la primera campana matutina que anunciara el inicio del resto de su vida,: la del niño más joven dentro del búnker, el más sano, el que no sería cortado por la mitad para alimentar al resto, el niño "A", el primero de una nueva vida, el primero de todos los niños. El Niño A, quien escucharía la primera campana matutina, y esta sería el soundtrack de su nueva vida, de su próxima vida.

3 Kwetta:

Raúl Marín dijo...

We´re not scaremongering, THIS IS REALLY HAPPENING!!!

Atilio M. Valiente dijo...

Ice age comming...

Césarr dijo...

¿Por qué el cambio de lengua?... podrías hacer un best-seller con esto, si lo agarrás más a broma. Mantenete serio.