20080402

El Suicidio de Calac

Hablando en términos simples, no había nada que él pudiera hacer: ella amaba a Bartolomé con todas las fuerzas que le proporcionaba su pequeño cuerpecito; y éste por su parte le daba la felicidad necesaria para que Doris se mantuviera a su lado. Se habían conocido hace dos meses, en una biblioteca llena de ruido que los molestaba y hacía enfadar, sin poder reclamar siquiera por ese bullicio extraño que se producía de conversaciones sin sentido y de risas tan esporádicas como hipócritas.

A pesar que a los pocos días ellos dos se acostumbraron al desorden y a la multitud que recorría a diario el presunto “santuario del saber” (aunque muy pocos saben allí y de santuario, no tiene ni un ladrillo), Calac no podía vivir un momento tranquilo consigo mismo: durante el día aludes de niños extraños y soberbios; y durante la noche… Ah que cosas no hacían Doris y Bartolomé durante esas noches solitarias y frescas donde dejaban que el instinto se apoderara de ellos mientras que la oscuridad los protegía de las miradas humanas, y era entonces cuando Calac sufría mas, porque él si los veía. Quería salir de allí, alejarse de los dos para siempre, abandonar todo y no volver nunca más a ese horrible lugar; pero era absurdo querer huir, paredes invisibles lo detenían, estaban más allá de su alcance, lo único que podía hacer en esos momentos era llorar; e inclusive eso era inútil pues no lograba nada, sus lágrimas ni siquiera se veían, sus sollozos no se escuchaban, y su tristeza nadie la entendía.

Hablando en términos simples, no había nada que él pudiera hacer; salvo confesar su amor por Doris. Y así lo hizo. Allí en frente de Bartolomé, entre esas cuatro paredes de cristal, allí donde el oído mortal de un simple humano no alcanza a escuchar, en medio de todo ese liquido viscoso que alguna vez fue agua: allí confesó su amor por aquella pececilla, que durante días le había roto en mil pedazos su acuático corazón…

Durante días Doris se sintió aturdida, sin saber que hacer o hacia adonde nadar, sus pequeñísimos ojos no sabían a quien mirar: si a Bartolomé o a Calac. Ese vaivén de emociones la agotaba, y fue lo que probablemente la llevó a su trágico destino. Un lunes gris, encontraron el cuerpo inerte de un(a) pececito(a) plateado(a) flotando en aquel diminuto océano. Calac la vio por última vez en la esquina de esa pecera deteriorada años, oculta en aquella biblioteca estudiantil, donde ninguna persona guardaría luto por el amor de su vida. Es por eso que ahora Calac, mueve sus aletas en lo mas alto de aquel acuario, intentando saltar hacia la superficie para acabar con su vida; pero las leyes naturales de la gravedad son inescrutables y se ríen de su sufrimiento; cada salto, cada intento, es irremediablemente fallido a causa de su peso el cual lo hace volver al agua. Pero debemos recordar que inclusive lo peces necesitan comer y es allí cuando nadie lo observa, y mientras los demás peces devoran esas hojuelas llenas de colores y formas vivas; él se queda inmóvil muriendo lentamente, como cualquier pez que en este basto mundo muere de dolor…

1 Kwetta:

Roberto Amaya dijo...

Este es mi favorito